jueves, 18 de noviembre de 2010

18/XI

















Cuando llego al rellano de quito piso, ya huele a flores.

Como cada martes. Camino hacia la puerta y meto la

llave en la cerradura. Una sonrisa se desliza a través

de mi cara. Y se marca el hoyuelo de mi mejilla derecha,

como a él le gusta. Abro la puerta despacio, y un intenso

olor a libertad azota mi cara. Es la sensación más

maravillosa del mundo, no podéis ni imaginarlo. Él, como

siempre, no está allí, pero sí su esencia, sus labios están

en el ambiente. Y sus brazos, esos que abrazan mejor

que ningunos. Le pertenezco para siempre, hasta morir.

Le pertenece mi alma, le pertenece mi cuello, mis manos.

Le pertenece mi hoyuelo. Y a mi sólo me pertenecen las

flores que cada martes aparecen sobre mi cama. Y sobre

todo, me pertenece la esperanza de que sea él quien las

coloca allí una vez a la semana, sin excepción.

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