Su vida se había vuelto un manojo de hilos liados. Había perdido el control de cuanto le rodeaba y ya nada, absolutamente nada, tenía la fuerza suficiente como para que él luchase por vivir feliz.
Subió a lo alto de la catedral de Notre Damme, allí había pasado muchas tardes huecas. Posó los pies en el alféizar, uno a uno. Cerró los ojos.
Y tras pensarlo muchas veces, saltó al vacío.
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