Madruga los domingos sólo para poder ser ella misma durante un ratito, antes de que los demás se levanten. Abre los ojos a las ocho y media de la mañana, siempre, como un reloj. Sonríe y se estira como un gatito. Echa a un lado las sábanas y se yergue despacio. Camina hacia la ventana y abre las cortinas poco a poco. Su cuerpo desnudo reluce al Sol (seguro que más de uno se levanta los domingos a las ocho y media para ver este eclipse solar). Abre un poquito la ventana y respira el aire de fuera, se siente bien, sobre todo cuando ese aire está frío. Sus párpados todavía tienen ganas de permanecer cerrados y ella se deja llevar... cierra los ojos mientras escucha en su cabeza la misma melodía de todos los domingos. Cada domingo duda si es producto de su imaginación o si realmente alguien toca en la calle. Después mueve sus dedos, desentumece sus brazos y mueve la cabeza de un lado para otro. Por último camina de puntillas hacia la puerta y mueve el pomo. Ya es hora de volver a empezar.
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