Tranquilo, miraba la vida pasar. Sentado en su sillón, como cada mañana, sostenía un cigarro Camel en una mano y dirigía su mirada grisácea hacia la calle. Cien mil caras que observar. Y sólo una válida entre ellas, o quizás ninguna.
El chico de la azotea ya se había convertido en un mito. Casi nadie sabía que hacía allí sentado todas las mañanas. De enero a diciembre. De lunes a domingo. Él buscaba. Buscaba a la persona que le completase. Estaba completamente convencido de que algún día, la vería pasar bajo el alféizar y se daría cuenta de que era la persona adecuada. Y sin más, serían felices.
Y allí sigue el chico que después fue un hombre y más tarde un anciano, en su azotea, buscando algo que jamás llegó.
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