Llueve.
Resbala el agua por la ventana.
Amanece y la ciudad está quieta.
Gris y quieta.
No hay ciudad.
No hay tampoco amanecer.
Yo te recuerdo.
Tu sonrisa, tus manos, tu piel.
Llueve.
Resbala el agua por la ventana.
Amanece y la ciudad está quieta.
Gris y quieta.
No hay ciudad.
No hay tampoco amanecer.
Yo te recuerdo.
Tu sonrisa, tus manos, tu piel.
Cuando llego al rellano de quito piso, ya huele a flores.
Como cada martes. Camino hacia la puerta y meto la
llave en la cerradura. Una sonrisa se desliza a través
de mi cara. Y se marca el hoyuelo de mi mejilla derecha,
como a él le gusta. Abro la puerta despacio, y un intenso
olor a libertad azota mi cara. Es la sensación más
maravillosa del mundo, no podéis ni imaginarlo. Él, como
siempre, no está allí, pero sí su esencia, sus labios están
en el ambiente. Y sus brazos, esos que abrazan mejor
que ningunos. Le pertenezco para siempre, hasta morir.
Le pertenece mi alma, le pertenece mi cuello, mis manos.
Le pertenece mi hoyuelo. Y a mi sólo me pertenecen las
flores que cada martes aparecen sobre mi cama. Y sobre
todo, me pertenece la esperanza de que sea él quien las
coloca allí una vez a la semana, sin excepción.
¿Qué pasaría si no volvieses a verme?
¿Qué pasaría si mi sonrisa se fuese volando?
¿Qué pasaría si mi corazón dejase de latir?
¿Qué pasaría si dejase de ver?
¿Qué pasaría si yo dejase de cantar?
¿Qué pasaría si me cambiase de ciudad?
¿Qué pasaría si se rompiesen las cuerdas del piano?
¿Qué pasaría si me pusiese una capa de invisibilidad?
¿Qué pasaría si me fugase?
¿Qué pasaría si dejase de escribir para siempre?
¿Qué pasaría se me acabasen las sonrisas?
¿Qué pasaría si tirase todas las fotografías?
¿Qué pasaría si rompiese todo lo que he escrito?
¿Qué pasaría si me fuese de tu vida?